lunes, 5 de julio de 2010

UNA ESCALERA EN CUBA


QUE ME QUITEN DE LA LISTA
Por Yoani Sánchez

Alcancé a escuchar un trozo de conversación entre dos enfermeras en un policlínico cercano a mi casa. “La semana que viene publican la lista…” decía una de ellas, mientras la otra ponía cara de alarma y le respondía algo que no conseguí oír. Unos metros más adelante, un taxista comentaba por su teléfono móvil “Me salvé, porque hay un montón de choferes en la lista, pero yo no estoy”. El asunto empezó a intrigarme. Aunque en esta Isla sobran las enumeraciones y los inventarios –en algunos aparecemos metidos a la fuerza y a otros no nos dejan ni asomarnos– uno de ellos está inquietando especialmente a mis compatriotas. He sabido que se trata del listado de quienes quedarán desempleados, hojas llenas con los nombres de esos trabajadores que sobran en cada plantilla.

Alrededor del 25% de la fuerza laboral actual podría quedarse en la calle ante las reducciones de personal que ya se están aplicando. Algunos empleados han sido avisados una semana antes de que su empresa no tiene dinero para seguirles pagando y se han ido al paro sin garantías salariales que les permitan sostenerse hasta encontrar otra ocupación. Ante la disyuntiva de retornar a sus casas o trabajar en la agricultura y la construcción, la mayoría opta por sumergirse en la vida doméstica a la espera de nuevas oportunidades. Sacan la cuenta de que haciendo una labor de manicure ilegal o preparando comida por encargo, pueden tener mejores dividendos que doblando la espalda sobre un surco o levantando paredes de bloques.

El tema de los despidos es preocupación compartida hoy por todos los cubanos, pues al menos un miembro de cada familia será afectado por los recortes. Sin embargo, la prensa oficial sólo habla de las cesantías en Grecia y en España, narra los llamados a la huelga general en Madrid y el colapso económico en Atenas. Los rumores populares se nutren, mientras tanto, de historias personales de quienes ya han aparecido mencionados en las temibles listas. En los centros de trabajo, los empleados se amontonan frente a los murales, recorren con el dedo índice el papel a la espera de toparse con sus propios nombres. Ninguno podrá salir a la calle a protestar por lo que le ha ocurrido, ni aparecerá en esa tele que sólo menciona el desempleo cuando ocurre a miles de kilómetros de aquí.

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