miércoles, 11 de mayo de 2011

LA BURKA ES UNA PRENDA DE VESTIR MUY POPULAR ENTRE LAS MUJERES MUSULMANAS


FANATISMO ASESINO
Por Amelia M. Doval

dovalamela@yahoo.com

Globalizar la economía y la cultura es menos dañino que hiperbolizar ideas o conceptos, generalizar tomando la parte por el todo. Introducir bajo un mismo nombre a héroes y asesinos; mártires y tiranos; víctimas y victimarios es demostrar que los sentimientos se sustentan por una fina línea de incultura y carente raciocinio.

Extremistas y fanáticos son todos aquellos que transforman un lineamiento de vida en una aberrante vía para asesinar y amordazar la verdad, sus absurdas teorías monopolizan pensamientos mientras asesinan cuerpos y dominan mentes hasta que pierden la capacidad de autovalorarse.

La cinta Osama, es la historia de un pueblo musulmán, invadido por la muerte y el miedo disfrazados con un mismo nombre: talibanes. Si el filme de Anne Frank, es una devastadora historia de una niña judía escondida huyendo de los nazis; Osama es la historia de una niña árabe que para salvar su vida, la de su madre y su abuela ha de esconder su sexualidad por el día, debajo de los vestidos de un hombre y en la noche detrás de la indomable burka.

Ambas historias son aterradoras, el miedo está tan cerca que nos hace temblar: nazis- talibanes, judíos musulmanes; no importan los nombres ni los rostros sino el odio de algunos que se comportan como elegidos, invasores de la integridad humana.

Calificar a todos por igual es favorecer y engrandecer su odio y su carente ideología. No conocer no es un delito, pero repetir golpeando con la palabra a inocentes, estigmatizando a los humanos es un crimen. La prisión para la joven Osama es su liberación, la burka su refugio. Cada extremista que habite la tierra es un asesino en potencia y escapar de ellos es enfrentar a un torturador que desconoce la clemencia.

Guerrilleros en Colombia, narcotraficantes en México, pandilleros del Salvador, talibanes, nazis, ejércitos criminales, gobernantes en Cuba; todos caminan por la misma línea: destruir sin piedad, asesinar a voluntad, exterminar y dominar las mentes débiles, menospreciar las mujeres.

Paredones, juicios sin testigos y sin causas, turbas incitadas a gritar y violentar, niños y jóvenes que suman a su ejército. ¿Recuerda algo estas imágenes? Miseria, destrucción, himnos, consignas. Cambian los nombres no los instintos.

Cuando generalizamos poco ayudamos a las víctimas porque engrandecemos su ego y su ejército. Sobrevalorar sus fuerzas es atemorizar inocentes es perder la batalla. Basta de contribuir a expandir el miedo y sectarizar naciones, los invito a conocer la causa y el sufrimiento de cada pueblo. Osama puede ser un buen comienzo.

Miami, FL., USA
05/11/2011

MUERE MIRTA DE PERALES. Q.E.P.D.


LA MIRTA PERALES QUE YO CONOCI
Por Martha Pardiño

Felicito a Arturo Arias por su artículo Adiós a Mirta de Perales, publicado en El Nuevo Herald el 10 de mayo, 2011.

Mirta de Perales fue una mujer de negocios, visionaria, luchadora y exitosa. En Cuba tuvo su empresa donde se fabricaban sus artículos de belleza y además tenía un salón de belleza muy elegante y concurrido por las damas habaneras. Aquí en el exilio luchó hasta conseguir abrir de nuevo su propia empresa donde se elaboran y se venden sus productos, y un salón de belleza muy afamado. Todos la recordamos cuando salía por televisión anunciando los productos Mirta de Perales.

Comienza mi historia en La Habana, cuando un grupo de bancarias caímos presas cuando la invasión de Bahía de Cochinos. Una tarde, nos sacaron a punta de metralleta, de los distintos bancos donde laborábamos y nos condujeron al Banco Nacional. De ahí nos llevaron, al día siguiente, al atestado Teatro Blanquita, donde tratamos de mandarles mensajes a nuestras familias que no sabían nada de nosotras. Después de pasar dos días en ese lugar, fuimos trasladas a la Fortaleza de La Cabaña, cuyos sótanos estaban atestados de hombres presos. Allí la odisea fue terrible: no nos pudimos bañar, los inodoros estaban inundados y tupidos, las duchas no se podían usar. Lavábamos la ropa interior a retazos, cómo y cuándo se podía. Dormíamos en sucias colchonetas tiradas en el suelo. Yo sólo podía tomarme la leche del desayuno con un pan porque las comidas no me pasaban por la garganta. Allí estuvimos una semana, llorando y suplicando que nos dejaran hablar con nuestras familias.

A los pocos días, a las bancarias nos trasladaron para el Castillo del Príncipe convertido en una cárcel. Todas teníamos puestas las mismas ropas que vestíamos cuando nos sacaron presas de nuestros trabajos. Yo era la secretaria del presidente del Banco Hipotecario Mendoza, Paul Mendoza, que al ser intervenido el banco por Castro, se había marchado del país.

Me acuerdo como si fuera hoy de cómo conocí a Mirta de Perales. Yo tenía puesta una combinación de saya y blusa que me había comprado en El Encanto. La blusa era de algodón, blanca, de media manga, y tenía pintadas unas amapolas en distintos tonos de lila. La saya era plisada de color lila. Yo me peinaba con un moño francés y prendido al lado del moño tenía un lacito de terciopelo color lila oscuro. Cuando entramos en una de las galeras del Príncipe, Mirta estaba conversando con un grupo de mujeres, y en cuanto me vió, se dirigió a ellas y les dijo en voz alta: “Miren a esta muchacha que bonita está, NO HA PERDIDO EL CACHE”. A mí me dio mucha gracia y la saludé y le dije que hacía semanas que no nos habíamos podido bañar ni cambiar de ropa. Ella me dio un abrazo y muchos consejos que mucho agradecí. Me dijo que pronto íbamos a salir de allí y que debíamos ser fuertes. Me regaló un platanito manzano que me supo a gloria. Ella salió mucho antes que yo y no nos volvimos a ver porque a mí me cambiaron de galera. Yo estuve 42 días presa.

Esa era la Mirta de Perales que yo conocí: sincera, generosa y simpática.

Martha Pardiño
gloriaalejandra@bellsouth.net