sábado, 4 de septiembre de 2010

FIDEL VISITA EL ACUARIO DE LA HABANA EN UNA DE SUS APARICIONES


UN JUEGO DE ADULTOS CON APARENTE INOCENCIA
Lic. Amelia M. Doval

La infancia en Cuba tiene la libertad de jugar sin restricciones, amando los ejercicios al aire libre y los juegos ancestrales que no tienen mucha variación. El football callejero, la pelota salvaje, los papalotes, chiringas, chivichanas, son entretenimientos constantes, leitmotiv vivencial. Los padres se encargan de encontrar los materiales en la mayoría de las veces inexistentes pero con ello garantizan una infancia de risas en medio del sufrimiento.

El circo, los títeres, la playa, el zoológico (aunque a veces es doloroso ver los famélicos animales que caminan con desdén), son la otra versión de las diversiones infantiles que cuestan mucho más a los padres, en transportes y meriendas.

El acuario, una visita obligada de cada generación de cubanos se ha convertido en el divertimento número uno del ex presidente. Es un acto de total ingenuidad querer repetir la visita a los delfines cuando de pequeños estamos hablando. El resucitado Castro ha vuelto a la vida con insólitos deseos infantiles. Como antaño mostraba sus inexistentes logros ahora, a falta de ejemplos pues todos están destruidos, se sumerge en las profundidades marítimas.

Es un enfermo de ideas repetitivas y obsesivas: libro, acuario, desastre universal. Fácil categorizarlo como un demente o un afectado por la vejez. Penoso podría resultar ver tanto poder y tanto daño resumido en una cadavérica figura. En realidad lo que se siente es rabia y dolor por haber permitido que este señor robara la vida, la infancia la existencia de tantas generaciones de cubanos. Se siente más dolor por aquellos que nunca creyeron en él y no tuvieron otra salida que quedarse pues no había opción.

Para aquellos cubanos, incapaces de pensar más allá de la sombra de sus zapatos que se cegaron con la presencia del asesino, hoy debe parecerles un desastre universal considerar que su ideólogo no es un Dios omnipresente, ni un vaticinador de tribus sino un ser humano. Un hombre que obseso de poder llevó a la destrucción a un gran país y los dejó inválidos de mente para aspirar a un mundo mejor.

Ni pena, ni dolor, ni odios, ni resentimientos. Los pueblos nuevos se crean sobre la base de mentes sanas que barran los malos recuerdos y comiencen la existencia sobre bases sólidas. La tarea número uno es eliminar sus malos ejemplos, después dejarlos en la historia como muestras de un ego psicopático que en la vejez deciden actuar como infantes para evadir las culpas o si las logran reconocer no ser juzgados por ellas.

Miami, FL., USA
dovalamela@yahoo.com

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