miércoles, 11 de agosto de 2010

FOTO EN OFICINA DE SIGFREDO BARROS


¡OYE, LA SORPRESA HACE RATO ES QUE GANE CASTRO!
Por Andrés Pascual

A la crónica deportiva del castrocomunismo la ha identificado durante 50 años la más absoluta falta de pudor para mentir, confundir y tergiversar.

Esa no es la crónica del sector más conocido por la población; sino una más que se ocupa de politizar cualquier evento que cubra por la vía de la descripción y el comentario; es, a fin de cuentas, una extensión del DOR (Dpto. de Orientación Revolucionaria) del Buró Político del Comité Central del Partido imponiendo lo que se debe leer o escuchar de acuerdo a la posición castrista en el asunto. A fin de cuentas, otro arma ideológica.

La prensa “deportiva” castrocomunista lleva 48 años sin reconocer el esfuerzo del contrario que ha derrotado a sus equipos de profesionales de estado; sin aplaudir, en el mejor carácter deportivista del pueblo cubano tradicional, la hazaña de un sólo día que, cuando se logró contra aquellos equipos verdaderamente dignos del nombre de Cuba, era épica y trascendental, cuyo antecedente magnífico fue el paseo en los hombros del fanático humillado aquella tarde del Chino Canónico por todo el estadio; después que con su soberbia demostración derroto al Premier y al que si era el mejor equipo aficionado de pelota del mundo.

La prensa de la República destaco con letras de oro la victoria de Venezuela sin pretender opacar en nada tamaña actuación; después escribieron igual cuando Petaca Rodríguez le ganó a Cuba; o cuando lo hizo el mejicano Nicolás Genestas.

Hoy el público de la Isla no haría igual que en La Tropical en 1941; porque esta envenenado y no entiende como se reacciona honorablemente ante el fracaso deportivo: entre las consignas aberrantes “del mejor beisbol del mundo es el nuestro” y “las Grandes Ligas son un mito”, se pasea el fantasma de lo que fue el deporte nacional cubano, cuando ganar era sistemático y el poderío criollo reconocido por todo el área en cualquier nivel.

Viciosamente, las derrotas castrocomunistas siempre han tenido una justificación de malos perdedores que lo mismo se las achacaban a un error estratégico del mentor, que a una decisión en contra de un árbitro pro-yanqui, que a la Enmienda Platt. Sin embargo, la explosión de la bomba de tiempo ha despertado a todo el mundo sorpresivamente y, en medio de las más disimiles, poco realistas y ridículas justificaciones, se evade llegar al objetivo que origina el desmoronamiento de aquel beisbol, buscando en el fondo de un abismo la respuesta que tienen ante sus narices.

El fanático cubano de hoy, que lo es acaso como nunca por la combinación de la influencia política en mayor grado que por el disfrute o el sufrimiento en el terreno, ha sido la víctima con total voluntad de la propaganda triunfalista del desgobierno dictatorial, prefabricada en las oficinas políticas de alto nivel del régimen y ejecutadas desde las del par de libelos que desinforman a la población con un grupo renovable de plumíferos incompetentes para hacer la profesión interesante y digna como debería.

La mitad práctica del fanatismo ciego que cunde hoy en Cuba se debe a Eddy Martin, a Elio Menéndez, a Iván López, a Raúl Arce, a Sigfredo Barros, a Roberto Pacheco, a Héctor Rodríguez y a un interesante y largo etcétera. La otra, al Castro que, con vacías, altisonantes y rebuscadas metáforas en función del lenguaje belicista, arengaba al pueblo sobre la imposibilidad de la derrota comunista en la arena deportiva, “porque somos un pueblo ideológicamente superior”, dicho en la forma más vergonzosamente ridícula concebible para quien se pretendía considerar estadista de alto perfil.

Ya no es noticia una derrota cubana en el béisbol, pierden en cualquier categoría; el pronóstico, propuesto a cumplirse a largo plazo desde 1961, se hizo realidad: Cuba no es un “semillero de jugadores”; porque desapareció la cantera al imponerle al pueblo el balompié y por la pérdida de interés en un deporte que no produce resultados materiales para una población ávida de comodidades que, tampoco entendió como debió, lo que se le dijo tergiversadamente por los resultados en el terreno.

Sigfredo Barros escribió sobre los Juegos Universitarios Mundiales, acaso como ultima estocada de perdedor y a traición: “El agua tomó su nivel”, porque la novena castrista de jugadores del equipo grande, de los que muy pocos deben ser estudiantes, discutió el oro con unos americanos que no acostumbran al fraude en sus instituciones, por lo que son verdaderos colegiales.

En el material se relame de los abultados números del equipo del tirano y de “lo buenos” que fueron los de los jóvenes estadounidenses, con intención de levantar la moral popular y presentar ese torneíto como una gran cosa. Es la más absoluta falta de deportivismo y vergüenza posible; pero, como se sabe, también es el sello de garantía, la identificación de esa prensa corrupta y perdedora como el sistema al cual se le arrastra.

Sigfredo Barros debería estar consciente de que hoy y por el resto del tiempo que dure el castrocomunismo en la Isla, la rutina es la derrota del equipo del dictador, que el nivel de las aguas solo esta acondicionado a la humillación de una novena que, como el pueblo de Cuba, es la más absoluta cara compungida en la soledad del perdedor irremediable.

Miami, FL., USA
08/11/2010

1 comentario:

  1. Mientras más veo el mundo,mas me doy cuenta de que nuestra sociedad es mucho mejor, de lo que yo valoraba.
    firma. -una cubana

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