viernes, 22 de enero de 2010


UNA REFLEXION PARA UNA HISTORIA
Por: Amelia M. Doval

Haití camina con zapatos alados, contaminan sus olores por entre los humanos, sus hombres y mujeres, seres cotidianos cometen errores, blasfeman, se preguntan,gritan de dolor, cuestionan la veracidad de la existencia mas siguen en pie, porque una nación se construye y se reconstruye con cada sentimiento que crece y se genera de las alegrías, tristezas y decepciones de su pueblo. Opiniones hay muchas, quienes reniegan, quienes vituperan, algunos aseveran, los hay quienes hacen declaraciones dolorosas y llevan la crítica como una forma de excomulgar las penas, gracias a la cordura general no todos los pueblos se sientan a la mesa de la inercia, por el contrario, sus mejores hijos dan muestra de humildad cuando prevalece el amor al prójimo y hacen de su cuerpo un instrumento.

Suenan como campanas la suma de tantos corazones que se agitan ante el drama de una batalla que después de perderse solo pudiera resultar en un triunfo, ya se ha dejado de tener lo suficiente para comenzar a reconocer que si en el mundo han habido victorias pírricas, esta sería otra, se han perdidos hijos por nacer, recuerdos, alientos, sueños. La naturaleza dejó de ser una enamorada ilusionada, compañera sin preguntas para comenzar a devorar sus engendros y en sus fauses triturar la alegría.No podemos encubrir la verdad, pero hay un voto de fe en lo que hacemos, una experiencia que reúne en sí todas las conquistas y reproches, somos representantes de la salvación para un pueblo que se le ha robado la infancia y truncado la juventud de una ciudad construida para sufrir. Aníbal, los elefantes y el Africa se dan cita en este amanecer de una isla compartida para con la fuerza del amor y la convocatoria de la razón, levantar el aire y

en bocanadas de esperanza salvar de lo insalvable almas que se niegan a perecer porque saben que más allá va a nacer un mundo diferente.

Los perros ladran como buscadores insaciables para desentarrar la muerte de una utópica

razgadura que dividió el mundo en dos mitades brutales, vivos y muertos, porque solo esa pregunta es la que está a flor de piel, lo demás no se siente, no se espera, no es preocupación, después de salir del precipio cualquier final es mejor en el túnel oscuro.

Se abren las luces, se ilumina la mañana para un pueblo que no le faltaran manos, ni rostros, ni calor que los proteja. Nada es un obstáculo para que piedras y recuerdos sean la mezcla necesaria que se junte en trozos de realismo como aleación que refuerce la estructura de un pais que se comenzará a reconstruir más allá de su degracia. Su hijos desperdigados por el mundo en primera o última generación sienten el compromiso que el peso de enfrentarse a una realidad avasalladora los convierta en miembros absolutos de una comarca, un enclave diferente, los dueños de la esperanza, de los cambios. Quizás de esta pesadumbre se voltée la razón y la toma de conciencia abrace a cuantos se dolieron de tristeza para poder fabricar una sociedad nueva, fortalecida, resurgente, quizás entienda el mundo y en especial Haití, ese país que se escribe con dolor en estos momentos, que la solidaridad engrandece a los seres humanos y empequeñece las desgracias.

La solidaridad se remunera con alegría de vivir, con esperanzas y juntando las fuerzas para resurgir de la nada y regalar un nuevo país, demostrarle a la naturaleza que de sus propias entrañas nacen sentimientos que son más fuertes que sus extertores con banderolas de desgracia. Un porvenir se alienta porque el aprendizaje está en las notas de enseñanza, en la recuperación de una estabilidad que sirve de soporte y base para continuar viviendo, porque más allá del Haití de hoy se vislumbra un Haití donde la humanidad hizo su entrada para no dejarlo solo nunca más, este pequeño pais no está solo ni desamparado, ni siguiera ha sido olvidado, sirva esta tragedia para hacer notar a todos que nos hace más humano cuando no le tememos a compartir lo que nos falta con el que no tiene nada. También hagamos un aparte para la otra mitad de ese corazón lascerado, La República Dominicana, una tierra jimagüa unida por brazos y piernas que ha sentido suyo el llanto y no ha dejado de llorar y de dar lo mejor de si para que su otra parte no se deje vencer. Gracias por enseñarnos a amar por encima de cualquier sentimiento, gracias porque hoy cada familia ha sentido el dolor que le ha dado suficiente energía para entender que hay muchas cosas por hacer en bien de los demás.

Miami, Fl., USA
01-22-10

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