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jueves, 6 de mayo de 2010
EL MERCADO NEGRO EN CUBA ES ALGO MUY NORMAL Y NATURAL
LA CUADRATURA DEL CIRCULO
Por Yoani Sánchez
Un amigo me hizo notar los extraños puntos de colores que tienen en el fondo las latas de refrescos y cervezas que se venden en las cafeterías y restaurantes. Me acerqué para comprobarlo y era cierto. Dibujada con un plumón, la marca se veía roja en algunas, azul o verde en otras. He indagado por todos lados, hasta en los envases ya vacíos o semi aplastados que se llevan a un centro de materia prima y el curioso “sello” se repite en una buena parte de ellos. Sus contornos no tienen la precisión que logra una máquina rotuladora, sino el trazo vacilante de una mano que está haciendo algo prohibido.
Pues sí, aunque parezca una simpleza, detrás de ese punto de color descansa una red lucrativa que utiliza los espacios estatales para vender mercancía privada. Los empleados gastronómicos compran en las tiendas en pesos convertibles las bebidas enlatadas y después las ofertan –en la entidad donde trabajan- obteniendo entre un 10 y un 50 % de ganancia por encima de su precio inicial. Priorizan durante su jornada laboral la comercialización de sus “propios” productos, mientras relegan o demoran los de origen estatal. Al final del día, con la suma de los centavos ganados en cada venta, tienen dividendos más estimulantes que el simbólico salario recibido en moneda nacional.
De manera que los puntos de colores señalan a quién pertenece la bebida que ha sido vendida. Las del administrador del local pueden estar señaladas en rojo, la camarera marca en azul y el cocinero probablemente haya decidido optar por un punto anaranjado. Todos obtienen una parte, si no qué sentido tendría levantarse temprano, subirse a un ómnibus repleto y trabajar ocho horas para sólo recibir el equivalente a 20 USD a final de mes. También las fábricas clandestinas elaboran cervezas Bucanero y Cristal con la misma apariencia que si fueran originales y apenas los viejos bebedores se dan cuenta de la diferencia.
Estas industrias de la imitación se ubican en aparentes casas de familia, en cuyas habitaciones un artefacto enlatador chasquea cada vez que coloca un cierre. Son productos que irán a desplazar a los elaborados por el Estado, le harán la más desleal de las competencias a ese Gran Patrón y además timarán a una buena parte de los clientes. Un laberíntico entramado de falsificaciones y reventas que socava la disfuncional centralización y desvía las ganancias a miles de bolsillos privados.
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