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jueves, 22 de abril de 2010
!ELECTRIZANTE!
Carta al muerto Zapata, por Francesc-Marc Alvaro, La Vanguardia, Barcelona, España, 3/3/2010
Cualquier dictador teme mucho más a los nadie que a las celebridades, aunque parezca todo lo contrario.
Querido y admirado Orlando Zapata Tamayo:
No leerás nunca esta carta porque has muerto. Decidiste dejar de vivir para ejercer la libertad última de quien se ha visto privado de todas ellas. Tras 85 días en huelga de hambre en prisión has conseguido que se oiga tu voz, a un precio muy alto. No eras –lo han explicado tus amigos– un fanático ni un imbécil. Tampoco eras "un delincuente", que es como te definen las notas de tu gobierno. Eras un cubano nacido en 1967, el mismo año que nací yo, el mismo año que asesinaron al Che, el héroe ausente e icono inoxidable de esa revolución fraudulenta en la que creciste y que, finalmente, te ha roto, pero no te ha vencido. Las crónicas explican que, antes de ser detenido, trabajabas en la construcción como albañil y fontanero. Eras un obrero, negro e insatisfecho con el paraíso que te rodeaba. Otros hubieran callado, ya tú sabes, chico. Pero te metiste en líos, querías otra Cuba, pacíficamente, para ti y los tuyos.
Estamos acostumbrados a los intelectuales disidentes, mujeres y hombres que manejan bien las palabras y cuyos nombres reconocemos entre los millones de cubanos sometidos. Pero tú no eras nadie, Orlando, y por eso tu gesto tiene más valor. Eras uno de esos nadies, olvidados por casi todo dios, que un día decidieron plantar cara y dejar de vivir sin vivir. Cruzaste la raya y ya no hubo vuelta atrás. La tiranía llega a su máximo nivel de podredumbre cuando son los nadies como tú quienes integran la resistencia, obstinadamente. Cualquier dictador teme mucho más a los nadie que a las celebridades, aunque parezca todo lo contrario. Si los nadies pierden el miedo sobre el que se sustenta toda la mentira oficial, no hay delatores, ni policías, ni torturadores que consigan perpetuar el muñecote y su castillo. Por eso han hablado tan poco de ti en los medios que controla el régimen: eres un ejemplo peligroso. Eres un revolucionario, de los de verdad, si esta palabra no estuviera tan triturada por ellos.
He escrito la palabra tiranía y seguro que hay lectores que han hecho una mueca de desaprobación, casi de asco. Debes saber, muertito Zapata, amigo desconocido, que te envío esta carta desde Barcelona, ciudad que ama tremendamente a Cuba pero en la que vive y manda demasiada gente anclada en la nostalgia de 1959, cuando Castro entró en La Habana como un héroe triunfante y joven. Demasiadas almas barcelonesas, catalanas y españolas prefieren rendir culto a esa postal sepia que asumir, finalmente, la dura verdad del país-jaula en el que tú has vivido todos tus 42 años. Si lo hicieran, si admitieran la estafa, deberían dejar de dar lecciones de superioridad moral. Y, sobre todo, deberían pedir perdón a tu madre y a todos los cubanos perseguidos, encarcelados, fusilados. Por cierto, ayer, el tipo dio señales de vida –no sé si vistiendo chándal– para aclarar que en la isla no se tortura ni maltrata a nadie. Tu cadáver, enterrado en Banes, se ha partido de la risa.
Este es nuestro lastre ideológico, hermano, que es, a la vez, nuestra miseria moral y que explica la indiferencia bastante general de Barcelona y Catalunya ante los crímenes del Comandante en Jefe. Una indiferencia que apesta y que sólo han roto contadas firmas, entre las cuales la de Pilar Rahola, batalladora incansable. A algunos –no a todos– nos duelen por igual los perseguidos de la vigente dictadura cubana y los desaparecidos de las dictaduras que asolaron el Cono Sur. Las distinciones semánticas del término subversivo, según el uso de la junta militar argentina o de la dirección del Partido Comunista de Cuba, son materia de la que otros extraen la coartada y el negocio. Sobre todo el muy rentable de la mal llamada memoria histórica, siempre a medida del que la decreta. Qué fácil es repartir certificados oficiales de luchador antifranquista mientras se ensalza al caudillo habanero con desparpajo. De esta ralea, Orlando finado, aquí tenemos algunos, incluso con cargo, despacho y coche oficial. Grandeza de la democracia, que tú esperaste en balde.
Tu error inexcusable, compadre Zapata, tu cagada, es no haber sido saharaui o palestino, porque entonces tendrías miles de partidarios coreando tu nombre y tocando la cacerola para alertar al mundo del crimen cometido. Tendrías incluso turistas solidarios rezando sobre tus huesos. Hay mártires de primera y de segunda, seguro que en la escuela te lo explicaron. Si no fueras cubano, centenares de activistas –entre los cuales estarían los habituales actores amantes de las bellas causas lejanas– se habrían encadenado ante la embajada y los consulados. Pero eres un fiambre incómodo, hay que admitirlo. Por ejemplo, tampoco han tenido un pensamiento para ti los ilustres y puros corazones que, reunidos en la capital catalana esta semana, integran el Tribunal Russell, institución cuya conciencia crítica sufre estrabismo congénito.
Raúl Rivero, el poeta y periodista más libre de la isla encarcelada, escribió que "es triste vivir día tras día sin misterio, en un ámbito donde están orientadas por el Partido la alegría, la combatividad y la indignación". Pero esto se acabó para ti. Desde ahora, respondón del carajo, ya eres dueño de tu alegría, de tu indignación, de tu combate, que es el nuestro. De no saber nada de ti, ya ves, he pasado a ser tu amigo, aunque póstumo. ¿Por qué me atrevo a escribirte? Porque yo podría haber sido tú y viceversa. Mi abuelo materno se fue a Cuba en 1912 y, tras un tiempo probando suerte, volvió igual de pobre a Catalunya. Tal vez si las causas y azares que cantaba aquel se hubieran trenzado de otro modo, tú serías hoy el autor y no el destinatario, obligadamente callado, de esta carta. Descansa en paz, Orlando Zapata.
F-M. Alvaro
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