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domingo, 2 de mayo de 2010
EL PADRE ARMANDO LLORENTE
ADIOS PADRE LLORENTE
Por Alberto Muller
¡Adiós maestro, amigo y pastor!
Con el Padre Llorente muere un hombre de Dios que vivió a plenitud su espiritualidad, su lealtad a la Iglesia Católica y su pasión apostólica por servir a los suyos y a los otros, dentro de los parámetros de salvación concebidos por San Ignacio de Loyola.
Para la Iglesia, en medio de las turbulencias de deslealtad de algunos de sus clérigos que han trasnochado la Gracia de Cristo en lascivias del amanecer, el adiós del Padre Llorente es una pérdida contundente, por no decir un vacío transitorio por su fidelidad irrestricta al Cuerpo Místico de la Iglesia y a la Virgen María.
Y para las generaciones de jóvenes cristianos que este jesuita español ayudó a formar en la Agrupación Católica Universitaria (ACU), durante la segunda mitad del siglo XX en Cuba, la muerte del Padre Llorente es un golpe emocional de profundidades dolorosas y de renovación obligada de compromisos de servicios con la Iglesia y con el prójimo.
Debo confesar al amigo lector que, en mi trayectoria periodística de escudriñar e investigar hechos, personajes y circunstancias, he conocido pocos religiosos con la integridad cristiana de este humilde sacerdote jesuita.
La vocación religiosa es todo un misterio de la gracia especial que reciben algunos seres humanos, hombres y mujeres, para dedicar sus vidas al proyecto salvífico de Cristo.
Cuando la inspiración jesuítica llegó a la vida del joven Amando Llorente, por su mente pasó la idea de ser misionero como su hermano mayor que se encontraba evangelizando a los esquimales en Alaska.
Muy pronto descubrió que su misión estaba circunscrita a una isla hermosa del Mar Caribe y a convertirse en pastor de una generación de jóvenes universitarios que tendrían que enfrentar la disyuntiva compleja y riesgosa del comunismo que se apoderaría de Cuba.
El Padre Llorente llegó a la isla cubana en 1942 con los dolores de la Guerra Civil Española empozados en su alma. Traía el designio administrativo de trabajar como maestrillo de adolescentes en el Colegio de Belén.
Pero en esos giros sorpresivos del designio de Dios, una generación de universitarios cubanos bajo la dirección del sacerdote jesuita Felipe Rey de Castro e integrada por jóvenes admirables que vibraban con su apostolado cristiano en la Universidad de La Habana, como Juan A. Rubio Padilla, José Ignacio Lasaga, Jorge Casteleiro y Ángel Fernández Varela, entre otros, reclamaron como pastor al Padre Llorente, al morir repentinamente el Padre Rey en el año 1951.
Pasó entonces el Padre Llorente a asumir la dirección de la Agrupación Católica Universitaria, una organización mariana integrada por jóvenes que se habían propuesto cristianizar el ambiente universitario cubano ante la secularización y la violencia imperante en sus predios y en algunos sectores del país.
El Padre Llorente no demoró con su fortaleza, los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y sus virtudes de joven sacerdote, apenas 30 años de edad, en impregnar de dinamismo evangelizador a todos los jóvenes integrantes de la Agrupación Católica.
Comenzó una época de crecimiento, evangelización y resultados apostólicos para la institución, que ya la historia cubana comienza con justeza a reconocer.
Se produce la expansión de la institución en la casa de Masón y San Miguel, casi al doblar de la Universidad de La Habana; se inaugura en 1953 el dispensario médico de las Yaguas; se continúa la instrucción a los obreros en el Dispensario de San Lorenzo; se crea el Instituto Católico de Siquiatría; se comienza el Vía Crucis del Calvario todos los Viernes Santo; se construye la Casa de Ejercicios Espirituales “Pío XII”; se organiza el Centro de Estudios Médicos y el Centro de Estudios Matemáticos; se inaugura el Buró de Información y Propaganda (BIP); y la ACU participa en el Primer Congreso de congregaciones Marianas en 1954.
Se inicia entonces en la historia de Cuba lo que se podría denominar su medio siglo de sombras y autoritarismos en el siglo XX. Y las distintas generaciones formadas en la Agrupación Católica Universitaria (ACU) ofrecieron sus esfuerzos y rebeldías liberalizantes con generosidad y sentido cristiano.
Nadie puede dudar que los jóvenes de la ACU han cargado la cruz de estos años duros y llenos de tinieblas, con todo el estoicismo, disciplina y lealtad cristiana.
El recuerdo de los cuatro agrupados mártires de Guajaibón en diciembre de 1958 es inspirador: Julián Martínez Inclán, Ramón Pérez Lima, Javier Calvo Formoso y José Ignacio Martí Santa Cruz, los últimos mártires de la dictadura batistiana. Con ellos muere también torturado, el campesino Manuel Zabalo Rodríguez.
Posteriormente ya con la traición de Fidel Castro al desviar la revolución cubana hacia el comunismo, mueren en el paredón de fusilamiento los agrupados Rogelio González Corzo, Virgilio Campanería, Manolo Guillot y Alberto Tapia Ruano.
Durante el combate insurreccional en el intento heroico de frenar las instauración del comunismo en Cuba, mueren agrupados de la talla de Herman Koch y Juanín Pereira, entre otros, como muestra de que el compromiso por defender la Patria, no pone límites al sacrificio.
También decenas de jóvenes de la Agrupación Católica Universitaria padecieron maltratos y torturas en sus largos años de prisión política, como muestra ineludible del cumplimiento del deber patrio y cristiano.
Después, el exilio prolongado, en donde la institución tuvo que decir adiós al inolvidable Padre Barbeito, su sub-director entrañable, conjuntamente con decenas de agrupados que han ido falleciendo en el largo camino.
Ahora llega el momento de despedir al Padre Llorente, mientras grupos de agrupados hacen guardia de honor junto a su féretro. No es fácil la despedida, pero con la Gracia de Cristo y la bendición de la Virgen María, todo se va convirtiendo en alegría salvífica.
Adiós amigo, maestro y pastor, los agrupados esperan con mucha paz interior el próximo retiro en grande en el reino de Dios.
Miami, FL., USA
05/02/2010
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