sábado, 15 de mayo de 2010

MI HABANA


UN MALECON DE RECUERDOS
Lic. Amelia M. Doval
dovalamela@yahoo.com

Las tardes habaneras agobiantes y calurosas acogen al sol de la isla que vestido de ultraje se ensaña en sus habitantes para demostrar su poderío mientras las brisa marinas se empeñan en su batalla diaria de acariciar rostros agobiados y gastados por el tiempo.

La naturaleza compadece a sus habitantes pues reconoce la tristeza de los ojos que lloran hacía adentro por miedos y carencias. En medio de tanto sufrimiento, a veces no reconocido, se adueña de la existencia un cienpiés arrebolado y orgulloso que en línea continua recorre siete mil metros con su escultórica figura de cemento, añadiéndole a su anchura el placer de servir como mesa, colchón, silla, poltrona sin quitarle el privilegio de ser la línea divisoria entre el pasado y el presente.
Este soldado del tiempo es el horizonte visual de muchas mentes que no observan más allá de su estructura.

El malecón habanero, mesa servida en su fiesta de salitre. Amor con sudor complacido, música y risas incluidas. El cuerpo adormilado entre dos brazos que se huyen y se buscan constantemente, el mar, la tierra, el hombre y sus sueños. Alma culpable de encuentros, amores truncos, juventud que muere entre sus brazos, palabras gastadas que quedan impreganadas en la piedra tan suave como colchón de plumas dejando hundir las ilusiones de quienes descansan su cuerpo sobre él.

Cincuenta años demoró el hombre en hacer un sofá tan largo como el salón de espera a la ilusión. Es el principio o el final de una amplia avenida protectora de la costa norte de la capital cubana. Siempre serán ocho kilómetros de historias personales y colectivas entrelazadas. Soporte a la entereza, orgullo de habitantes que encuentran su refugio en este espacio abierto semejante al abrazo inmortal de una madre.

Los botones que abrochan su traje de recuerdos están diseñados para mostrar la historia de su pueblo con la somera mirada del intruso. El Castillo de la Real Fuerza hermanado en función y galanura con el de San Salvador de la Punta, sin despreciar por su tamaño y su desdén al Torreón de San Lázaro que tampoco le envidia los voluptuosos labios que hacen del Túnel de la Habana un enigma estructural. El Hótel Nacional, elegante y orgulloso muestra un pasado entre turbio y aristocrático compitiendo en el presente con la Embajada Suiza sede de la Oficina de intereses de Estados Unidos.

No queda olvidado en detalles y proyectos el Torreón de la Chorrera. Desde 1901 hasta 1952, estuvo el malecón habanero esperando por completar su cuerpo mas, la espera le ofreció mayor encanto porque estaba designado a ser un símbolo de alegría, patriotismo y hasta de opaca destrucción moral. El silencio de este muro esconde las cautivas palabras de amor, de engaños y hasta de turbios negocios.

La Habana nunca sería una palabra completa sino estuviera soportada por esta faja de cemento que le ajusta las medidas para ser una magestuosa dama de opacos colores y brillantez absoluta. El malecón es y será siempre la aguja clavada en corazón por el hada madrina, el motivo de existencia para muchos sábados, en estos meses y años de espera.

Miami, FL., USA
05/15/2010

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