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domingo, 9 de mayo de 2010
NO HAY NADA COMO UN BUEN DESAYUNO
HABLANDO POR BOCA DE GANSO
Por Tiberio Castellanos
Los que no tenemos grandes estudios, necesitamos tener, al menos, la habilidad de escoger y guardar, entre las muchas noticias que nos llegan, aquellos conocimientos que, algún día nos pueden ser útiles.
Ya convencidos de que aquello es cierto. Pontificamos con ellos como si fuéramos verdaderos sabios. A esto estoy llamando -hablar por boca de ganso-, en lo que a mí respecta. Aunque la expresión se usa mayormente de un modo peyorativo.
Yo creo, que casi desde niño estoy oyendo lo siguiente. -Que debemos desayunar como príncipes, almorzar como monarcas... y cenar como mendigos-. La más sencilla lógica nos dice que ese buen desayuno (en mi caso, dos naranjas, un limón, leche, cereal, pasitas, semillas de linaza y miel de abejas), queda molido o digerido a eso del mediodía. Entonces, uno almuerza.
Recientemente he leído varias informaciones acerca de la utilidad de la siesta. Yo, cuando puedo, duermo la siesta. Mis padres la dormían. Parece que era más costumbre de papá que de mamá. Papá se iba primero al cuarto y desde allí llamaba: ¡Senda!. Es que mamá con alguna frecuencia, como cualquier otra ama de casa, se quedaba arreglando algo por ahí.
Ese almuerzo, que en algunos comensales, no sólo es más abundante que lo necesario, sino también sobrecargado de proteínas de origen animal, no estará ya molido o digerido, completamente, para la hora de la cena. Por eso, esta vieja filosofía dice que debemos cenar como mendigos.
Aquí, me atrevo a ser un poco más "científico". Mi mamá repetía, con frecuencia, -después de comer, ni un sobre leer- (Esto, claro, funciona sólo para climas calientes, como el de Pimentel, La Habana, Santo Domingo o Miami, y mamá se refería a la comida del mediodía), porque parece que después de uno comer, se inicia una competencia entre el estómago y el cerebro, por la sangre que tenemos en nuestro organismo.
Así, mientras el estómago esté más cargado necesitará traer más sangre para su trabajo de digerir los alimentos. Por eso, el cerebro, en ese momento con poca sangre a su disposición para su habitual trabajo intelectual, puede tener un tropiezo si lo obligamos, precisamente, a concentrarse en alguna tarea.
Pienso, que la cena ligera no sumará más trabajo al estómago, que ya viene algo ocupado con lo que le resta digerir del almuerzo. Y una cena ligera contribuirá a hacer menos riesgosa esa competencia por la sangre, entre estómago y cerebro, de la que antes hablamos.
Porque esa competencia en horas del reposo nocturno, es lo que, con frecuencia, causa el insomnio, los sobresaltos y las pesadillas.
Y no he querido complicar las cosas incluyendo el corazón junto al cerebro en la citada competencia por la sangre. Pero, con frecuencia, sabemos de algún accidente cardiovascular que se produjo después de una cena, precisamente no vegetariana.
Miami, FL., USA
05/09/2010
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